En el silencio blanco

 


Muniellos en invierno

Recuerdo muy bien cuando de niño, todos salíamos corriendo de casa al ver la nieve por la ventana. Quizá como el niño paleolítico, como hoy todos los niños que acaso lleven en el fondo de su corazón con más pureza que los mayores, esa diversión en la nieve, ese profundo cambio en el paisaje, ese silencio. Es posible que pudiéramos ver más pájaros cerca de casa, más visibles en los árboles y arbustos en nuestros paseos por la nieve, mientras jugábamos y nos volvíamos locos con peleas de bolas. Ir al monte a leer las huellas de los animales era toda una aventura. Nada nos hacía pensar en las dificultades que la nieve provocaba en los pueblos de montaña.

Por qué a un niño le parece la nieve tan blanca, tan rutilante, tan bella?  porque seguramente hay algo ancestral en ello, en el cerebro del hombre que convivió tantos miles de años con la nieve.



La primera vez que fui a Muniellos, con 13 o 14 años, también estaba nevado, en silencio. El mayor robledal de España es un bosque, como todos los eurosiberianos, cambiante al ritmo de las estaciones. La mayoría lo conocéis en verano, vestido de un verde homogéneo. Sin embargo, es ahora, en los claroscuros, en los contrastes entre las laderas umbrías y las solanas, cubiertas de esqueletos de árboles desnudos, cuando cobra un mayor sobrecogimiento el paseo entre sus heladas ramas.

El clima es el principal condicionante de este ecosistema boscoso, como lo es del resto de la Cordillera Cantábrica, sobre todo en esta vertiente norte. Quizá durante 3 meses Muniellos se llena de frío y humedad, en muchas de sus vallinas apenas entra el sol.


Además, la mayor duración de la noche hace que la selección natural actúe de forma intensa, sobre todo tras los rigores de las nevadas como ésta que tenemos en el invierno de 2021. Antes mencionaba que casi todos conocéis el bosque durante las épocas de buen tiempo. Lo mismo podríamos decir del día y la noche. Apenas nadie conoce Muniellos de noche, salvo aquellos furtivos que aprovechaban la oscuridad para sus macabros fines. Aguardar al ocaso en el gran bosque, de valles cerrados y empinados, es abrir los sentidos a lo más salvaje que vive en sus entrañas. Los cárabos y búhos chicos comienzan, antes incluso de la puesta del sol, a proclamar sus territorios y sus amores con sus típicos cantos. A lo lejos escuchamos la llamada del corzo mientras los arrendajos andan con algarabía entre los troncos y ramas de los robles cubiertos de líquenes de muy variadas especies.


Sin duda, es la época por la que pasa la selección natural haciendo estragos en los animales peor adaptados. Los corzos y rebecos hunden sus patas en la nieve y les cuesta progresar, además de acceder al alimento, algunos morirán y servirán de comida a los lobos. Las perdices y las liebres buscarán cobijo alejándose del frío terrible nocturno que hay sobre la superficie nevada, en los huecos bajo los brezos y troncos del suelo. El urogallo, que aún mantiene poblaciones en Muniellos, es ahora más arborícola. Otrora caminaba por el suelo en busca de hojas de distintas plantas, insectos, etc. pero ahora se encarama en las ramas de los árboles y se alimenta de hojas y bayas de acebo, de las yemas de algunos árboles, etc.


En invierno, los rebecos machos presentan un pelaje más negruzco que en verano. Así pude fotografiar este rebeco macho en Muniellos mientras otro vigilaba un poco más arriba en la peña. Pequeño, pero con una agilidad sorprendente, es el  habitante perfecto de los  riscos  y desfiladeros de la alta montaña. Aunque asociado siempre a los terrenos  abiertos,  su presencia también  es  muy frecuente en el interior de los bosques.


La distinta orientación de las laderas es aprovechada por los distintos animales de Muniellos que suelen bajar en altitud en época de nevadas y también utilizar las laderas solanas. En ellas, hay zonas concretas con peñas donde a veces no hay nieve en unos cuantos metros alrededor y donde aprovechan para rumiar tranquilos a la luz del sol invernal.


En estas rocas caldeadas, bióticas, que son refugio también para armiños y otros animales, progresan sin dificultad los rebecos, mientras los corzos buscan comida en el suelo nevado del bosque. Bajo la nieve, que puede tener una temperatura constante de cero grados, van evolucionando insectos, topillos y musarañas, entre otros. Los lirones permanecerán durmiendo en algún hueco de los troncos, disminuyendo enormemente los latidos del corazón para no gastar energías.


Durante esas largas noches de inverno, las aves que luchan por termorregularse con su abrigo de plumas, podrían perecer víctimas del ataque de las martas. Los cárabos habrán de afinar más que nunca sus sensibles oídos para detectar a los pequeños roedores que ya no hacen ruido entre la hojarasca y el aullido del lobo, que enseguida entrará en celo, llena ese silencio tremendo de estos forestados valles.




 

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